¡Colombo ecuatoriana!
Rumichaca, que en lengua quechua significa “puente de piedra”, no siempre fue este paso de concreto custodiado por banderas y migración, mucho antes de que existieran las fronteras y los sellos en los pasaportes, este lugar fue un sendero sagrado, transitado por los pueblos originarios que unían lo que hoy llamamos Ecuador y Colombia.
Sobre el río Carchi que baja desde el páramo con aguas frías y bravas, los incas construyeron un puente natural de piedra volcánica, que siglos después dio paso al actual puente internacional. Fue inaugurado en 1973, como un símbolo de cooperación entre naciones hermanas; sin embargo, con los años, Rumichaca se convirtió en otra cosa: en el espejo de las crisis regionales, en el umbral de miles de migrantes que van y vienen con la esperanza cargada al hombro, aquí se encuentran no solo países, sino memorias, sueños truncos y despedidas aplazadas.
NOS SITUAMOS EN EL AÑO 2025, HAN PASADO DÉCADAS, PERO EL PUENTE INTERNACIONAL DE RUMICHACA SIGUE SIENDO EL MISMO UMBRAL DE PASOS, SUSPIROS Y SILENCIOS, ESTA MAÑANA ME PROPUSE CAMINAR HASTA AHÍ, COMO QUIEN VA EN BUSCA DE UNA HISTORIA QUE TODAVÍA NO HA SIDO CONTADA DEL TODO.
Desde Tulcán, mi ciudad natal, el frío de la madrugada se arrastra por las avenidas desiertas, las luces pálidas del alumbrado público apenas alcanzan a iluminar los grafitis envejecidos, las casetas policiales y las pocas panaderías que se atreven a abrir temprano, cargada de mi curiosidad y con la cabeza cubierta por un gorro de lana, parto a pie hacia el norte, siguiendo la línea que une lo cotidiano con lo extraordinario. El camino hacia Rumichaca no es largo, pero sí simbólico, es como caminar hacia una frontera interior, paso junto a murales que hablan de migración, de esperanza, de promesas, me acompaña solo el murmullo del viento andino y el recuerdo de tantos que han pasado por aquí sin dejar más rastro que un eco breve. El cielo comienza a aclarar cuando alcanzo el puente, está ahí, imponente y sereno, como un anciano que ya lo ha visto todo, hay muchos vehículos que transitan y más allá, el control migratorio y las banderas ondeando con flojera.
Nos situamos en el año 2025, han pasado décadas, pero el Puente Internacional de Rumichaca sigue siendo el mismo umbral de pasos, suspiros y silencios, esta mañana me propuse caminar hasta ahí, como quien va en busca de una historia que todavía no ha sido contada del todo. Observo a una mujer de cabello cano, con las manos metidas en unos guantes rotos. Vende tinto caliente y panes de yuca, me acerco, su acento delata su origen colombiano, me ofrece un vasito por una moneda.
—¿Mucho movimiento hoy? —le pregunto.
—No como antes, ahora la gente pasa sin hablar mucho… como escondiéndose
—responde, y su voz arrastra una pena vieja.
Me cuenta que llegó hace veinte años desde Pasto, cuando el comercio entre ambos lados era más fluido, tenía un puesto fijo en la frontera, pero desde la pandemia todo cambió, ahora sobrevive con su carrito ambulante, cruzando de un lado a otro, dependiendo de la misericordia de los caminantes. A lo lejos, un grupo de migrantes venezolanos camina hacia el lado colombiano, llevan mochilas rotas, una bandera en la espalda y la mirada en el horizonte, uno de ellos, un joven flaco, me saluda sin conocerme.
En su rostro hay un cansancio que no se quita con descanso: —¿Tú eres de aquí? —me pregunta. —Sí, de Tulcán. —Es bonito, pero muy frío —dice riendo, antes de seguir su camino con paso apurado.
Pie de Foto: Dinámica fronteriza: control, sueños y desencantos.
Aquel puente de piedra, que alguna vez fue usado por incas y luego por conquistadores, ahora es escenario de otras travesías. No hay armaduras ni lanzas, pero sí mochilas, niños, incertidumbre. En sus piedras se acumulan las huellas de quienes buscan algo mejor, aunque no sepan exactamente qué.
Me acerco al borde del puente, el río fluye turbio y helado, indiferente a los dramas humanos, quizá por eso es el guardián perfecto de esta frontera, porque no juzga solo fluye.
Ya de regreso hacia Tulcán, pienso en todo lo que escuché y vi, el puente no respondió mis preguntas, pero tampoco lo esperaba, lo que sí me regaló fue una certeza: aquí, cada mañana, se cruzan no solo países, sino vidas, destinos y esperanzas y yo, desde este lado del mundo, seguiré siendo testigo.
Pie de foto: Rastros de la frontera.
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